lunes, 9 de julio de 2012

Luego de dormir profundamente durante dos días seguidos divisó una ventana que conducía a un parque con árboles ancianos, y fuentes de granito tan grises y rajadas como la piel de un elefante. La vista desde allí era encantadora aunque, no hace falta aclarar, un tanto deplorable. Le costó levantarse de aquella cama rancia, calzó sus pies en unos escarpines de lana, le hacían sentir en las nubes por el bellón que hacía de base para que el helado suelo de mármol quedase minimamente aislado.
Mientras que volvía en sí intentaba recordar cómo había llegado allí. Vidrios rotos que se clavaban en su cara mientras volaba a través del espacio tal como una pluma, su piel seguía rasgándose por la velocidad con que se impactaba contra la acera. ¿Quién la acompañaba? Se crispó su alma al visualizarlo, sacó la aguja de su brazo por la cual el suero la mantenía con vida, se recostó de nuevo en la cama y continuó con el impacto que la hubiese llevado definitivamente rumbo a las nubes.

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