sábado, 4 de diciembre de 2010

La Vida Misma

Ya había encendido el gas. Había abierto la puerta del horno para que el departamento se impregnara de tal sustancia así, luego, introduciría mi cabeza dentro de él y simplemente… Bueno, lo que se imaginan. No pude pasar ni 2 minutos sofocándome dentro del maldito horno que alguien tuvo que golpear a mi puerta. Allí estaba ella, irritante y a su vez tan seductora. Sentía deseos de hacerle conocer mi virilidad y, al mismo tiempo, de tomarla con mis propias manos y terminar con tan molesta presencia.

Lo que la trajo hasta mi morada fueron reclamos, gritos, uno tras otro. Reproches, y reclamos, y reproches. Ella tenía la costumbre de subir el tono de voz, asemejándose a un ladrido penetrante y molesto, cuando estaba molesta, y cuando no, también. El volumen con el que se expresaba y la rapidez con que coordinaba sus palabras eran feroces. Y yo seguía bajo los efectos del gas, y ella ladrando y ladrando: “¡Eres un hijo de puta, un maldito ingrato! ¡Jamás me devuelves una maldita llamada, siempre tengo que estar buscándote… ¿Y tú?, como si nada, sigues ahí drogado, fumando como un prisionero condenado a muerte, alimentándote de tus estúpidos sueños! ¡Y son sólo eso, sueños! ¡Egoísta, tirano, vanidoso, desagradecido! ¡Todo lo que he hecho por ti y lo que tuve que aguantar, todo por tu inservible compañía! ¡Estoy harta, hasta acá llegaron las cosas, nunca más voy a buscarte, arréglate tú solo!”

Cuando el discurso finalizó me dejó un dolor de cabeza mayor al que ya arrastraba. Lo único que acoté fue, “Nunca te pedí nada, tú sola te haces problema por todo.”. Se desató su ira, no sólo por el hecho de no recibir la respuesta que esperaba sino, además, por lo que cargaba dentro suyo, y comenzó a tirarme golpes que intenté evitar o frenar con mis manos y mi confusión a cuestas, mas no podía defenderme puesto que se trataba de una dama (aunque su ser y su presencia no lo hicieran notar). Luego de un buen rato luchando, sin poder detener la escena, tuve la necesidad de pararla. En verdad aquél constante ladrido era lo que más me molestaba; logró desatar al criminar que llevo dentro desde siempre (e inhibido por el simple hecho de vivir en sociedad y ser parte de un sistema, de no ser por eso hubiese actuado antes probablemente). Fue entonces cuando con mis manos rodeé su cuello de un diámetro similar al de un cerdo y comencé a ahorcarla sin parar, con placer, disfrutando de la falta de ruidos que salían de sus fauces, de sus ojos pidiéndome a gritos que la soltara. Pero no, no lo hice. Asfixié su persona hasta el último minuto, y cuando sentí su distensión la solté. Estaba muerta, al fin. De modo que pude continuar con lo que estaba haciendo antes de que aquella desagradable mujer me interrumpiera.

2 comentarios:

Jade dijo...

Tengo que decir que el título y después "la mujer" me desconcertó un poco. Peor me gusta cuando queda a libre albedrío (: libre interpretación, es copado.
¿Lo escribiste vos? ¡seguí expresándote!
te quiero!

María Luisa dijo...

Era la idea. No me gusta dar mucha informacion por esa misma razon, las personas que lo lean le daran una interpretacion distinta.
Sí, lo escribi yo.
Gracias linda mujer de la ciudad de los niños :)