
"(...)¿Qué sabía yo? Quizás aquella manta fuese alguna mujer que me había amado, y buscaba un medio de volver a mí a través de la manta. Pensé en dos mujeres. Luego, pensé en una. Luego me levanté y entré en la cocina y abrí la botella de vodka. El médico me había dicho que una gota más de licor y estaba listo. Pero llevaba tiempo practicando. Un dedalito una noche. Dos la siguiente, etc. Esta vez me serví un vaso lleno. No era el morir lo que importaba, era la tristeza, el asombro, las pocas personas buenas que hay llorando en la noche. Las pocas personas buenas. Quizás la manta hubiese sido aquella mujer e intentase matarme para llevarme a la muerte con ella, o intentase amar como una manta y no supiese cómo... o intentase matar a Mick porque la había molestado cuando intentaba seguirme por la puerta... ¿Locura? Seguro. ¿Qué no es locura? ¿No es una locura la vida? Todos estamos atados como muñecos... unos cuantos vientos de primavera, y se acabó, y ya está... y damos vueltas por ahí y suponemos cosas, hacemos planes, elegimos gobernadores. Segamos el césped... Locura, sin duda, ¿qué NO ES locura?
Bebí el vaso de vodka de un trago y encendí un cigarrillo. Luego alcé la manta por última vez y ¡CORTE! Corté y corté y corté, corté aquel chisme en trozos— pequeñísimos... y metí los trozos en el balde y luego lo puse junto a la ventana y puse en marcha el ventilador para soplar el humo, y mientras la llama se alzaba, entré en la cocina y me serví otro vodka.
Cuando salí estaba poniéndose rojo y bien, como cualquier bruja del viejo Boston, como cualquier Hiroshima, como cualquier amor, como cualquier amor, cualquiera, y yo no me sentí bien, no me sentí nada bien. Bebí el segundo vaso de vodka y apenas lo noté. Entré en la cocina a por otro, el cuchillo en la mano. Tiré el cuchillo en la fregadera y desenrosqué el tapón de la botella. Volví a mirar el cuchillo que había echado en la fregadera. En su filo había una mancha clara de sangre. Me miré las manos. Las revisé buscando cortes. Las manos de Cristo eran hermosas manos. Miré mis manos. No había ningún corte. No había ni un arañazo. Ni un rasguño.
Sentí rodar las lágrimas, arrastrarse como cosas pesadas. e insensibles, sin piernas. Estaba loco. Tenía que estar loco sin duda."
La Manta - C. Bukowski
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